Xochimilco
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Por Iván Del Rivero
Al sureste de la Ciudad de México, envuelto en la densa neblina, se abre Xochimilco, “la sementera de flores”, según el canto del náhuatl. Tierra de agua y memoria, ha sido desde tiempos inmemoriales un escenario donde los pueblos alzaron su historia como quien cultiva vida en la ciénaga.
El lago de Xochimilco, alimentado por ríos y catorce manantiales cristalinos, fue uno de los cinco que alguna vez abrazaron la cuenca de México. En sus aguas dulces y fértiles, las antiguas manos hallaron sustento y tierra para sembrar. Allí, la agricultura fue más que un oficio, fue forma de vida, vínculo con los ciclos del cielo, herencia que aún germina.
Los habitantes de los pueblos y barrios originarios se saben guardianes de un legado que no les pertenece solo a ellos, sino al alma misma de esta región. Restos arqueológicos, templos coloniales, construcciones del porfiriato, canales interminables, chinampas vivas, fiestas y rituales… todo habla, todo recuerda.
Se dice que el origen de Xochimilco está envuelto en neblinas antiguas. No se conoce con certeza el momento en que los xochimilcas llegaron al sur de la cuenca, ni cuándo echaron raíces en estas tierras de agua. Algunos relatos cuentan que fueron parte de las siete tribus nahuatlacas que salieron de Chicomoztoc. Los xochimilcas fueron los primeros en partir. Así comenzó una historia sembrada entre flores, canales y cantos.