Peralvillo
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Jorge Pedro Uribe Llamas
Los capitalinos tendemos a olvidar que Tlatelolco es originalmente una isla bien grande, al norte de Tenochtitlan, la cual incluía varrios barrios en tiempos prehispánicos, entre ellos Tepito, así como una buena parte de la Guerrero, Nonoalco, etcétera. De igual forma solemos pasar por alto, ingratos o ignorantes que somos, que la actual colonia Ex Hipódromo de Peralvillo, parte de esta isla, funcionó en un principio precisamente como eso: un hipódromo. Los terrenos fueron comprados para este fin por el señorón Pedro Rincón Gallardo, marqués de Guadalupe. Esto apenas un año después de la organización del prestigioso Jockey Club, el ocho de junio de 1881, una época de particular interés en cuanto a carreras de caballos. Sabemos que para la ocasión se mandaron traer equinos y jinetes ingleses, y la inauguración fue todo un acontecimiento. Por ahí andaría Manuel Romero Rubio, no sólo por su parentesco político con don Porfirio, sino especialmente por ser el primer presidente del club. Otros prominentes socios serían José Yves Limantour, Tomás Braniff e Ignacio Torres Adalid, entre otros. La primera plana, como quien dice. Lástima que dicho hipódromo durara tan poco. Habrá sido la ubicación, o las ventiscas y polvaredas propias de la zona. Así, en 1902 comenzaron las obras para levantar otro, el Condesa, que experimentó un mayor éxito. Pero las tierras adquiridas por el marqués de Guadalupe no iban a desperdiciarse así como así, de forma que terminaron siendo fraccionadas, a partir de 1889, por parte del ahora propietario, Carlos David de Gheest. Para 1910 la Compañía de Terrenos de Peralvillo, de Ignacio del Villar, continuaría urbanizando otro par de terrenos, conocidos como San José y La Cuchilla o Los Cuartos, completando el perímetro actual. El cronista Rivera Cambas cuenta que en esta naciente urbanización existía un gran número de mesones y que en las casas de vecindad se encontraba la última capa de la población más pobre. En la actualidad, si deseamos recorrer esta colonia de tono popular conviene hacerlo desde el edificio que aloja el Museo Indígena, antigua Garita de Peralvillo. Luego internarse por las distintas calles con nombres de músicos. Admirar los misterios o humilladeros que le dan nombre a la calzada. Y, claro, echarse una barbacoa en El Borrego de Oro o unas flautas en Magos, o bien aprovechar la rica botana de la cantina La Gran Tenochtitlan, muy próxima a un vestigio colonial del Camino Real de Tierra Adentro. Por último un curadito de pulque en La Tlaxcalteca para agradecer a los ancestros tlatelolcas, y también a los del Porfiriato, por qué no.
Sábado 6 de octubre de 2018.