Donceles

Donceles

Donceles es una calle que guarda un eco particular, una vibración que parece quedar atrapada en la memoria de sus muros de piedra. Cada paso se amplifica entre teatros que han presenciado años de aplausos, entre imprentas antiguas que conservan el aroma a tinta y metal, y entre librerías de viejo donde se acumula el conocimiento relegado en estantes interminables.

Ahí se levantan construcciones coloniales y porfirianas, cuyas fachadas conservan el polvo de los siglos y las marcas de una ciudad en constante cambio. Fue escenario de residencias aristocráticas, instituciones educativas, acalorados debates que marcaron el rumbo del país y leyes primordiales redactadas bajo la luz tenue de candiles. Aquí funcionó el Congreso, y aún se percibe en los muros de tezontle una especie de solemnidad que no se ha disipado.

En Donceles los libros se amontonan en pilas inestables que alcanzan el techo, invitando a perderse en universos ajenos. Recorrerla es adentrarse en un tiempo pasado que aún late, parece que aquí la ciudad desacelera y deja al descubierto su naturaleza compleja: hecha de papel y tinta, pero también de cuerpos e historias.

Esa historia no se narra solo en las placas conmemorativas o en los tomos encuadernados, sino en las miradas de quienes habitan sus esquinas y umbrales. Al caer la tarde, cuando las cortinas de acero de las imprentas descienden y las luces del Teatro Fru Fru parpadean con nostalgia, la calle revela su otra cara. El bullicio comercial cede paso a un silencio denso, interrumpido apenas por el murmullo de una metrópoli que nunca duerme del todo.

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