Churubusco

Churubusco

Bajo el asfalto de Churubusco, aún corre la memoria de un río. Sus aguas alguna vez serpenteaban entre ahuejotes, alimentaban huertos y escuchaban rezos del convento que aún lleva su nombre. Hoy, convertido en vía rápida, su cauce es de concreto y ruido. Pero si se afina el oído, entre el tráfico y el humo, puede uno imaginar esos reflejos del cielo, las trajineras perdidas, el eco de una batalla que defendió la patria. Río Churubusco ya no es río, pero guarda en su nombre una herida brillante, una promesa enterrada que a veces despierta en la lluvia.

El Río Churubusco nació de la unión de los ríos Mixcoac y Magdalena, trazando un canal natural que terminaba drenando en el antiguo lago de Xochimilco. Era un ecosistema de chinampas y fauna, un pulmón húmedo que mitigaba el aire seco del valle. 

La arteria vial que hoy lo encapsula, creada durante la década del 60, no solo lo ocultó, sino que perpetuó su destino como conducto de aguas residuales. Sin embargo, su toponimia es un ancla histórica: Churubusco, del náhuatl Huitzilopochco, el "lugar de Huitzilopochtli".

Esta avenida de alta velocidad es, de hecho, un museo invisible. Sobre sus márgenes se levantaron íconos de la modernidad: los Estudios Churubusco, la Alberca Olímpica. Y bajo ese asfalto, aún vibra la memoria del 20 de agosto de 1847, cuando los batallones mexicanos y el heroico Batallón de San Patricio defendieron el convento hasta la última munición. 

La furia de aquella batalla, la rendición honrosa de Anaya, se funden con el rugido incesante de los motores. Río Churubusco es la paradoja de la Ciudad de México, es un caudal de historia y cemento, una promesa verde forzada a ser gris.

 

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